Poesía de mi abuelo Luís Vernaza Lazarte a su padre el General Cornelio E. Vernaza Carbo
MI PADRE
Alma de mi alma ¡Oh! tierno padre mío,
Ser de mí ser, autor de mi existencia.
C.E.V.
Horrible soledad, sombra, tristeza;
La fe y la duda en batallar constante,
Un torrente de lava en la cabeza
Y el llanto humedeciéndome el semblante.
Tal me contemplo en mi orfandad sin calma,
Entregado al rigor de mí destino;
Enfermo el corazón, herida el alma,
Juguete de iracundo torbellino.
Débil la planta, sin confiar del suelo,
La mente torpe, la ilusión perdida;
Sin el paterno bienhechor conuelo
Extraño en el camino de la vida.
Que mi padre era el sol en el sendero
Siempre falto de luz, en que he vivido;
Quien me enseñaba, amante y placentero,
El daño castigar con el olvido.
Él en mi pobre juventud marchita,
Era halago, consuelo y esperanza,
Y con palabra para mi bendita,
En la tormenta me ofreció bonanza.
Si la venganza me agitaba el pecho
Y era en mis labios la protesta airada,
¡Oh! calma -me decía-tu despecho,
No te afanes por mí, no temas nada.
“De la calumnia la serpiente artera
No me podrá dañar con su veneno;
Justicia juzgue mi existencia entera.
Su fallo esperaré siempre sereno.
Nunca en la noche a perturbar mi calma,
Viene el remordimiento despiadado:
Y el que ha obtenido la quietud del alma
No teme la asechanza del malvado.
Busca la sombra que dañarme quiere,
Y en ella encontrarás que, sin mancilla,
Aunque esperanza a recompensa muere,
Mi nombre honrado, entre la sombra brilla.
Y el que persigue oscurecer mi nombre,
No la justicia, su ambición pretende:
Que siempre el vicio es superior al hombre,
A su conciencia escucha y no la entiende"
Ya ni un acento en mi constante duelo,
Tendré que alivie en mi dolor profundo;
Huérfano, desgraciado y sin consuelo,
Espantosa prisión me será el mundo.
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Perdona ¡Oh padre! si del alma vino,
Y entre mis labios asomó la queja:
¿Quién detiene al torrente en su camino
Que cruza el valle y la montaña deja?
Su recuerdo es la vida de mi vida;
Su acento presumir, es mi bonanza;
Que él se acuerde de mí, es la querida
Ilusión que alimenta mi esperanza.
Que el más allá sea real; que existe un Cielo
Digno de su honradez y su hidalguía,
Es el único faro de consuelo
Que alumbra con piedad, la noche mía.
Y ya que no consigo, cual quisiera,
Expresar el rigor de mi quebranto,
Del fuego interno de encendida hoguera
La fuerza aplaque mi copioso llanto.